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Lluvia, lluvia, Ven a mí: Abrazando el clima de la Costa Oeste

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Era un día de diciembre en Vancouver, yo iba en un taxi del aeropuerto hacia el centro de la ciudad. La vista a través de la ventana era una imagen borrosa de viento y lluvia, nublado en parte, debido a mis lágrimas. Me encogí un poco avergonzada para que el conductor no me viera y mientras buscaba un pañuelo, me llamó la atención un colorido destello por la ventana. Era verde y estaba por todas partes. Se aferraba a los árboles y cuidaba de los setos. Cortaba amplias franjas por parques y calles. ¿En invierno? ¿Cómo puede ser posible?

Me limpié la nariz, abrí la ventana y reflexioné sobre mi nueva realidad. Había dejado de mi hogar en Prairie, donde había vivido por 10 años y me estaba mudando a la costa oeste del país para unirme a mi esposo en una nueva aventura. No conocíamos a nadie en esta inexplorada ciudad y me anticipaba cierto temor.

¿Era esta la lluvia de la que había oído hablar, los implacables días de llovizna bajo un dosel grisaseo? No, esto era diferente. La exuberancia me calmó y el aire fresco llenó mis pulmones. El aroma a limpio era un nuevo comienzo.

Árboles rodeados por neblina| Boomer Jerritt

Mi nueva vida transcurrió en el invierno de la Costa Oeste y mi aclimatación fue rápida. Aprendí que en Vancouver una ligera llovizna podía cambiar vertiginosamente a aguacero (a veces con variedades verticales), pero era evidente que esto realmente no desanimaba a los lugareños. Esta ciudad tiene un promedio de 1.153 mm de precipitaciones por año, lo que significa que los residentes no tienen más remedio que tomarse en serio su vestimenta si quieren salir.

Descubrí que Gor-Tex es muy importante, donde vestir en capas es el estilo ideal. Me mostraron las marcas con sede en la Columbia Británica como: Mountain Equipment Co-op (MEC) y Arc’teryx, renombrados en cuanto a equipo de actividades al aire libre que aprovechaban los aspectos positivos de la lluvia. Viniendo de un lugar donde montones de nieve y altas temperaturas me atrapaban en casa, estaba ansiosa por unirme a la diversión, cambié mi gorro invernal por un paraguas, mis botas de invierno por botas de lluvia.

Puente de Capilano | Destination Canada

Equipada apropiadamente, dar un paseo por el Parque Queen Elizabeth o por la Playa Jericho, incluso pasear en bicicleta por el malecón de Stanley Park fue una tarea seca, incluso encantadora. Disfruté escalando las alturas del Parque del Puente Colgante de Capilano, cruzando puentes a más de 30 metros sobre el suelo del bosque y maniobrando en los estrechos puentes voladizos del Cliffwalk. Acostarse para explorar los senderos pre-snow Lost Lake y Train Wreck en Whistler, donde el bosque cubierto de musgo se protege de la lluvia más intensa, fue un desafío muy bienvenido.

Mi educación al aire libre continuó, pero todavía tuve momentos en los que cuestioné toda esta lluvia (y mis botas de lluvia con lunares, una compra impulsiva).  Mi reticencia se descongeló, sin embargo, cuando me di cuenta de que los habitantes de la Costa Oeste estaban obsesionados con la comodidad, adoptando un principio básico de calidez (hygge) mucho antes de que los norteamericanos hubieran oído esta palabra danesa.

 

En la Columbia Británica, buscar refugio es un asunto serio y los rituales posteriores a la actividad incluyen tomar una taza humeante para calentarse o repartir el pan con amigos.  Meterse a una cafetería, compartir té con comida china “dim sum”, o beber un cóctel mientras secaba mis extremidades encabezaban mi lista de cosas por hacer. La cantidad de tiempo que pasas al aire libre importa poco: la lluvia te da permiso de refugiarte.

Beer tasting at Beach Fire Brewing in Campbell River, Vancouver Island Cerveza artesanal en Beach Fire Brewing, Campbell River | Ben Giesbrecht
Dim Sum | Vancouver Tours gastronómicos
Sendero de “Wild Pacific” en la Costa Oeste de la Columbia Británica | Ben Giesbrecht

Aprendí esta lección diez meses después en Tofino, en la costa oeste de Vancouver Island, donde la lluvia, los vientos huracanados y los oleajes gigantes marcaron mi primera experiencia de observación de tormentas. Aquí, podía comprender mucho o poco de la furia de la Madre Naturaleza como quisiera y la idea de esconderse debajo de una cobija mientras observaba olas de seis metros en la costa, sonaba encantador.

La gente de Wickanninish Inn simplificó este pasatiempo con ventanas de piso a techo en la Biblioteca “Lookout” y en el restaurante “The Pointe”, este último con una perspectiva de 270 grados de la acción abajo. De noviembre a febrero es la temporada anual de observación de tormentas de la Columbia Británica y con una costa expuesta y sin masa de tierra entre la costa oeste de la Columbia Británica y Japón, se me garantizó un espectáculo. Abrí la ventana solo un poquito y el trueno del océano se metió a toda la habitación.

Pronto me sentí valiente y me puse ropa para lluvia y las botas de goma que me proporcionaron para caminar en la playa. Los troncos salpicaban la costa, el océano se agitaba y la lluvia que me destrozaba la cara importaba poco. Animada por la corriente constante de adrenalina, me sentí viva. Libre. Si bien no era más que un pequeño punto en el gran plano, me sentía completamente parte de la naturaleza y su fuerza.

Surfeando al norte de Vancouver Island | Steven Fines
El Wickaninnish Inn | Sander jain

En los años posteriores, he llegado a amar la lluvia. El árbol de hoja perenne que envuelve los días más duros del invierno. Los momentos tranquilos cuando el sol, iluminado por una ducha suave, se asoma detrás de una nube. La bravuconería de una tormenta que todavía hace palpitar a mi corazón. El clima no me forza a entrar, a menos que yo lo desee.

En cambio, me enfrento a los elementos y me maravillo ante la promesa de crecimiento y renacimiento.  Y como ese día de diciembre hace ya mucho tiempo, hay nuevos comienzos.

Encuentra más sobre qué hacer en la lluvia aqui.

Imagen de encabezado: Horizonte de Vancouver | Alex Strohl

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